BESO ASESINO
Con la querella de los de afuera, no hago a lugar, me quedo adentro,
en la penumbra de mi casa vacía, con todos los relojes quietos
y un alma inquieta que pega saltos mortales, matando espejos.
Cuando besé tus labios fríos, fue una yerma de repente
donde aprovechaban los fantasmas bucaneros
el vacío de todo valor humano, la vileza cruda de tu estirpe.
Con el retumbar de las botas de la gente, allá afuera,
dentro estoy sólo con mi alma y mi mate,
escribiendo versos crueles conmigo,
porque cuando quise ser ni supe serlo,
porque te extraño un beso, aún en tus labios helados.
Así de masoquista he de ser, pues las huellas de mi historia personal
no muestran lo contrario.
Mas
tengo en mi amargura de varón herido, cierta dulzura en el tacto,
pues ya decía Atahualpa Yupanqui:
"soy amargo, y en las noches hago miel de mi amargura"
Con las bocinas de los coches, allá afuera, donde se hizo el día nuevo,
donde la bocina del 60 avecina corridas más sangrientas que la de los toros.
Con el espantapájaros que es mi cuerpo delgado, aquí dentro,
no he dormido porque no suelo dormir cuando extraño,
y cuánto te extraño muchacha de los cabellos atardecidos...
Con un dejo de tristeza, intentaré sobrevivir al día nuevo
porque a deshoras siempre estoy viviendo... donde las horas bajan.
Sin ti, se me ha acabado la ilusión que prendida llevaba a mi corazón,
como sacando pecho estoy, porque tú no estás y esto es insoportable.
Sólo quería ser feliz, robarle una sonrisa a la luna, tomarle el pelo al sol.
Mas
el destino, que de tan caprichoso resultó cruel, me ha negado esa felicidad
ansiada por todo mi ser, que ahora pulula por inhóspitos paisajes
de un micromundo donde soy el personaje desdichado,
la oveja negra de la familia de la novela,
el bohemio que salió a gastar las suelas por las veredas de Buenos Aires,
el loco que piensa un mundo al revés,
el poeta que se suicida con una flor en el invierno.
El magnicidio de mi humanidad fue posible. La mató una musa
y no llevaba armas de fuego ni filos... sólo dos ojos grandes fijos,
un corazón profundo, una belleza inolvidable,
otro hombre al que besó apasionadamente, a fuego,
mientras a mí me daba el más frívolo beso,
labios helados de musa inescrupulosa
que luego del “beso asesino”, tomó las llaves de la casa ahora en penumbras,
abrió la puerta de entrada, la cerró lentamente, como lento mató mi humanidad,
y se fue para nunca más regresar.
De algo tenemos que morirnos los poetas. Y siempre, siempre es el desamor
el que nos mata.
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