Amor mio, nunca podría olvidarte, aunque conociera a otras muchas, aunque me regalaran un afecto inmerecido, porque ellas serían otras. Es probable, incluso, que aprendiera a mentirme y, en consecuencia, a conformarme, a caminar cada día mirando hacia los lados, refugiándome en mis nuevas rutinas, fabricándome una máscara de silencios y hasta de leves sonrisas. Pero siempre, dentro, muy dentro, donde nadie, ni siquiera yo pudiera asomarme, estaría siempre latente, lacerante, la punzada eterna de tu ausencia, y la amargura constante que se ataría a mis entrañas.
Sí, es verdad, podría vivir sin ti. Pero no quiero hacerlo. Quiero que nos compartamos y nos disfrutemos siempre. No deseo dejar de escucharnos, de besarnos, de apasionarnos, de enfadarnos, de perdonarnos, de comprendernos. El silencio con los demás en muchos casos es ausencia. No hay nada que decir y es mejor no decir nada. Contigo el silencio se torna cómplice y sabio, porque cuando no nos hablamos es porque ya nos lo hemos dicho todo, y las palabras sólo serían ornamentos colmados de inutilidad.
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