CRUELDAD
Dicen que los últimos de la fila serán los primeros,
que los hombres con miedo anochecen postergando,
que mis ojos aún miran tus ojos,
obnubilados con el brillo de tu mirada, radiante,
enamorados de tu chispa
y de la sonrisa leve que insinuaban tus labios rosados.
Dicen que no hay puntos de partida ni de llegada,
que somos un libre albedrío en tan oscuro abismo,
que es mentira la verdad y que de verdad
a todos se nos olvida.
¿Por qué una vez que me amaste con uña, corazón y vida,
luego me olvidas?
Dicen de los principios que son el peor fenómeno de la existencia
porque comienzan catástrofes futuras, muertes seguras,
que estamos a la buena de un dios que ha muerto,
lo que es lo mismo que estar soñando pesadillas
despiertos,
pues no hay malos y buenos, sino una eterna letanía
que cantamos al dios parco,
huérfanos de acentos
y argumentos.
Dicen que los latidos del abandonado son como expresiones de un caracol
y que los espíritus más fuertes se cuecen en los hornos más calientes,
que somos ráfaga, cadenas rotas, libertad,
mas
no sabremos jamás cómo soplamos, ni cómo rompemos, ni qué se siente ser libres
porque nunca somos libres
en verdad.
Dicen que aún me miras rencorosa y ufana del malestar de mi alma,
que rasguñas leonina la espalda de mi ausencia
y créeme, aún lastimas.
Pues
los recuerdos caen desesperados de los cántaros del cielo
a la morada mía, donde soy terreno y mundano,
tan alejado de aires sabios, colores celestes o voces en canto divino.
Dicen que me vas a matar de un susto cuando den las 3 de la mañana
y yo no sepa quién soy ni por qué estoy despierto
a la madrugada.
Dicen que dicen, dicen que somos nosotros y nuestras circunstancias
y que tú eres la circunstancia primera y única
por la que pájaros de rapiña, fantasmales,
vendrán a picarme las pieles en mi soledad, así
poco a poco darán muerte
a mi cuerpo,
mi memoria,
mi historia personal.
Dicen que la vida es una larga excusa que tenemos los mortales
para llorar,
que lloro mi muerte de ayer
y ya no lloro más,
porque muerto
ya no vivo,
y me despejo de todo peso terrenal que me hubiese hecho estallar
ahora mismo,
al pensar en tu crueldad,
en un gemido espantoso.

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