Una vez, pensé que debía esperar, para comprender mejor la vida y poder decirte de la mejor manera lo que por ti siento.
Usar palabras que nadie conociera y que dijeran mejor lo que decirte quiero.
Por eso cada mañana, las dejaba sobre la hierba para que se impregnaran del roció y tuvieran su frescura, para llegar a tu alma.
Las dejaba en el horizonte para que tuvieran el fuego del crepúsculo matinal , se forjaran en el y fueran ardientes cuando te las dijera.
Las dejaba en tu corazón, para que dejaras en ellas toda la ternura, que sabes dar cuando habla tu alma de mujer y cuando las pronunciara, pudiera darte, lo que en ellas me dejaste.
Pero una mañana, al despertar, mi alma me dejo un momento que estuvieron juntas, vi tu sonrisa, escuche tu risa, un te amo y me di cuenta de la sencillez con que me hablas y me dices tantas cosas.
Entonces decidí ya no dejar nada para después , hice un ramillete, escogí el jazmín y las deje junto a ti, para que al despertar, fuera lo primero que vieras, escucharas y sintieras su aroma, mi amor por ti.
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