sábado, 9 de agosto de 2014

Desapegos...


Desapegos...

Se habla poco de este tipo de desorden, pero existe.

El hombre se desordena no solamente por sus amores, sino también por sus desamores. Así como hay personas que son propensas a los apegos, así también las hay inclinadas a los desapegos, es decir, a las aversiones o fobias.

Cuando alguien se deja llevar del perfeccionismo y espera que todas las personas bailen al ritmo que él les toca, entonces viene fácilmente el desencanto respecto a esas personas, y el consiguiente rechazo de ellas.

El desamor contra personas suele expresarse con frases como, “no lo puedo ver ni en pintura”, “no lo trago”, “no lo resisto”.

No faltan quienes vuelcan su intolerancia contra lugares.

Ciertos individuos no encuentran clima que les asiente ni paisaje que les llene. Siempre quieren mudarse de casa, barrio y ciudad. Andan como nómadas profesionales en busca de un lugar ideal que sólo existe en la imaginación. Quizás hayan hecho suya la frase ilusa del padre de la escritora Marguerite Yourcenar: “Siempre se está mejor en otra parte”.

Ya lo decía muy bien Tomás de Kempis: “La imaginación de cambios y de Lugares a muchos hizo caer”. La inconformidad con las criaturas puede extenderse a cargos, puestos de trabajo e instituciones. Hay personas que no cuajan en ningún contexto social. No pueden manejar los inevitables contratiempos y conflictos que surgen en todo ámbito de convivencia humana. Creen que resolverían el problema huyendo de la situación en que se encuentran. De esa manera, nunca se comprometen a fondo con mejorar las cosas. Siempre se encuentran provisionalmente en todo lugar; es decir, como de paso. Esa actitud puede enmascararse de virtuoso desprendimiento, cuando en realidad no pasa de derrotismo, pusilanimidad y debilidad de carácter.






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